Gracias a los desvelos y dineros de la familia García Fernández, el molino de Aleje es uno de los más interesantes y mejor conservados de la Montaña Oriental. Un remanso de paz y descanso para aquellos que sufren el morbo de la gran ciudad, un espacio donde aún se percibe el rumor del agua a través de las vetustas piedras y las voces de nuestros antepasados trajinando por la subsistencia diaria. Uno de los pocos molinos que resiste tal como era hace más de cien años, testigo de la dura pero, sin embargo, intensa y plena vida de los antiguos montañeses. Consta como inscrito en el registro de la propiedad de Riaño, en el tomo 242, folio 163, año 1887, a nombre de Juan Manuel López Alonso; este era un indiano oriundo de Riaño, famoso por su corpulencia, del cual se cuenta había traído de Cuba su peso en oro.
Cuando regresó de América en la segunda mitad del S XIX, se instaló en Madrid. En la capital del reino, funda fábrica de chocolate y chocolatería abierta al público en la calle de Atocha. Como casi todos los indianos a los que la fortuna había sonreído, levantaría casa en Riaño, un alarde destinado a mostrar a sus paisanos de madreña y boina, lo bien que le había ido en ultramar, además de servir como segunda residencia para pasar los veranos con su familia. El molino sería una de sus mejores inversiones, por lo menos hasta principios del S XX. Se construyó en la margen izquierda del Esla en el pago denominado la Nave. Las trazas del molino y vigilancia de la obra fueron realizadas por el ingeniero de Zaragoza, Señor Amorós. La toma se hizo mediante un azud de unos 50 m. que había que reparar cada año con canto rodado y “babas de rana”; de un extremo salía el canal de 200 m. que conducía el agua al cárcavo ó cuernavo para mover tres rodeznos. Después, por otro canal de 100 m., desaguaba de nuevo en el Esla. La sala de molienda estaba compuesta por dos piedras francesas para molturación de trigo, movidas por una turbina y otra para la fabricación de pienso, movida por un rodezno, una limpiadora Belga y una cernedora para separar la harina de trigo. Además se construyó la vivienda del molinero, dos cuadras, una hornera donde se amasaba y cocía el pan. Aparte de la mansión de Riaño, el industrioso indiano construyó una casa aneja al molino, también frecuentada por la familia, con todas las comodidades a las que estaban acostumbradas aquellas gentes venidas de América. Aún se conserva algo de aquel esplendor en las alcobas y muebles de la casa. Un lujo extraño y exótico que debía contrastar con la dureza y precariedad de la vida en Aleje, por aquellos tiempos. Todas las dependencias se distribuían alrededor de un gran patio porticado o corralada, lugar indispensable y común en muchos molinos, donde se ataban las caballerías mayores y menores; también servía para guardar durante la noche los carros de vacas cargados de trigo y centeno. Desde la carretera, se accedía a la corralada a través de un gran portón de madera cubierto por una gran portalada que aún se mantiene restaurada con buen criterio y gusto por los propietarios. A principios del S. XX falleció el indiano riañés, pasando el capital a su hijo Félix López Vega, residente en Madrid. En el año 1903, D. Micael Fernández, oriundo de Villaverde de Arcayos y Doña Eudoxia Escanciano natural de La Llama de la Guzpeña, que estaban de molineros en Crémenes, bajaron en régimen de alquiler al molino de Aleje. Venían con cuatro hijos: Amelio, Domitila, Esther y Alicia. En el molino les nacerían otros dos hijos: Abel y Magdalena. Los problemas económicos acuciaban al propietario, que se vio obligado a vender el molino a Doña Eudoxia, ya viuda y a su hijo Amelio. El dinero escaseaba y fue una familia de Alejico la que prestó los fondos que faltaban para la compra.
Molían aquí los pueblos de Aleje, Alejico, Verdiago, Santaolaja, Fuentes de Peñacorada, y Ocejo de la Peña. En años de seca, incluso se acercaban a moler al río grande, algunos pueblos del Valle del Tuejar: Ferreras, Las Muñecas, La Mata, Renedo. Aquellas gentes, bordeaban la cara norte del macizo de Peñacorada y, por la calzada de Fuentes, con gran dificultad debido a lo abrupto del terreno, descendían a la cuenca del Esla con sus carros de vacas, burros y machos cargados de sacos de trigo y centeno. También hacía parada en este molino, cuando regresaba de Campos, la carretería de los ocho pueblos de Valdeón. Los valdeones bajaban a Campos con los carros llenos de yugos, cambas, ijadas, horcas, rastrillos, palas de madera y subían cargados de trigo y vino. A veces pernoctaban hasta tres noches seguidas bajo los portales; al cuarto día, cuando todo el trigo estaba molido continuaban la marcha a sus pueblos de origen. Las propietarias, aún recuerdan la comida básica de los valdeones en sus idas a campos: pan de trigo, y buenas patas de cabra y machorra acecinadas ó cocidas. También formaba parte del complejo molinario una tienda de ultramarinos que hacía las veces de taberna. Mientras molían sus cargas, las mujeres de Ocejo y Fuentes de Peñacorada encargaban, las que tenían dinero, una peseta de chicharro en escabeche y un vaso de vino para acompañar el pan que traían; la que no tenía una peseta, se conformaba con mojar el pan en el vino. La buena de Eudoxia a veces les regalaba con un plato de sopa de cocido acompañada de unos pocos garbanzos. Los usuarios del molino pagaban con su correspondiente maquila. Cuando muere Amelio, el hijo mayor de Eudoxia y Micael, la propiedad pasó a Alicia y a su hermano Abel Fernández Escanciano; esta y sus hijos compraron la parte de Abel.
Alicia y Silvestre, padres de los actuales propietarios: Isabel, María Gloria, y José Luis García Fernández explotaron desde entonces el molino que después de 1957 fue dado en arriendo, primero a Victor (alias Dinamita), después a Zósimo Bayón y finalmente a Don Diosdado Antolín Gutiérrez, último molinero que aquí trajinó desde 1965 cuando vino del Otero de Valdetuejar, donde también era molinero, muy conocido en Cistierna por su comercio de maquinaria y electrónica. Diosdado fue, con la familia Tagarro de Cistierna, uno de los últimos y más esforzados molineros del Alto Esla. En su tiempo aún bajaban a moler los pueblos de Fuentes de Peñacorada y Ocejo. Esto duró hasta que se dejó de sembrar y amasar en las casas, más ó menos en los años finales de la década de los sesenta. Diosdado se dedicaría después a la fabricación de piensos para el ganado moliendo con una sola muela. Compraba 10.000 kilos de cebada cervecera, la mejor para engordar la leche y la carne, y se tiraba día y noche moliendo. Para semejante cantidad, las muelas tenían que estar en perfecto estado y este molinero fue siempre habilísimo en el arte de picar las durísimas piedras francesas; tres días le ocupaba el picar una de ellas. Cuando la faena de moler terminaba, vendía su mercancía por los pueblos, primero en un motocarro y más tarde en una furgoneta. Algunos almacenes de Cistierna, como el de Varela y Jambrina, también eran servidos por el molinero de Aleje. La creación de la cooperativa de Sorriba del Esla dio al traste con el molino de Aleje. Don Diosdado cesaría su actividad como molinero en 1985. La familia Fernández Escanciano, que regentó este molino hasta 1957 del siglo que pasó, aún es recordada por las gentes de la comarca debido a su buen hacer en el arte de la molinería y los muchos favores repartidos. Hacia mediados del S. XVIII, existían en la Montaña Oriental Leonesa unos 253 molinos; apenas llegarán a los cincuenta los que aún se mantienen, en distintos grados de ruina, en ríos y arroyos.
Contemplamos hoy día la destrucción por parte de Confederación Hidrográfica del Duero de muchos azudes y presas, parte integrante e indispensable en los molinos, a veces, la única estructura constructiva que se ha conservado. Nos asombra que nadie, sobre todo, autoridades y aquellos que deben velar por estos bienes históricos y patrimoniales, no alcen su voz en contra de semejantes tropelías. Se alega sin base científica, que los azudes son un impedimento para los ecosistemas de los ríos y que la restauración de los cauces pasa por su destrucción. Olvidan que los azudes son parte integrante del paisaje montañés, algunos de ellos llevan ahí más de 300 años, en ese tiempo se han integrado perfectamente en el paisaje y en la vida del río. Nunca constituyeron una barrera para la fauna piscícola; al contrario, las remansadas tablas y los recovecos de sus viejas estructuras servían de seguro refugio a las especies piscícolas. La abundancia de pesca, truchas, anguilas, barbos por encima y debajo de las presas, en el tiempo anterior a la construcción del pantano de Riaño y la contaminación de los ríos, prueba que estas pequeñas presas no eran ningún obstáculo a la vida del río. Otros intereses se siguen cuando se decide destruir el patrimonio molinario.
Corralada del molino con sus dependencias y anejos. (Foto: Siro Sanz)
Vista de la corralada desde la presa de evacuación. (Foto: Siro Sanz)
Presa que conduce las aguas del Esla hasta el cárcavo del molino. (Foto: Siro Sanz)
Sala de molienda. (Foto: Siro Sanz)
Molino de Aleje en la carretera de Sahagún a las Arriondas. (Foto: Siro Sanz)