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Channel: Miscelánea histórica de Cistierna y Montaña Oriental Leonesa.
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DE LA MUERTE Y CEREMÓNIAS FÚNEBRES EN EL MAGREB AL-ARABÍ
CRÓNICAS MORISCAS DE UN CRISTIANO VIEJO DE LA MONTAÑAS DE LEÓN
Siro Sanz García
Terrible momento el de la muerte, cuando el hombre se enfrenta al gran misterio del más allá y cesa todo el autoengaño, mentiras, fruslerías y banalidad que envuelve nuestra existencia desde la más tierna infancia. Lejos quedan ya los usos antiguos para enfrentar la muerte en la Montaña de Riaño, en aquellos tiempos por casa del moribundo pasaban sus parientes y amigos con el único fin de reconfortar y dar el último adiós antes del inevitable viaje. Lavar y amortajar al difunto era entonces una labor piadosa de la que algunos hacían casi una profesión. El ceremonioso velatorio al que asistía toda la comunidad, constituía un lugar de encuentro que apaciguaba las rencillas más enconadas. La muerte era un asunto público, no se escondía, observado y enseñado a los niños desde la edad de la conciencia. En muchos pueblos del macizo del Peñacorada, aún a principios del siglo XX se contrataba a plañideras para llorar en los entierros más rumbosos (dato recogido oralmente de Esteban García del Blanco. Robledo de la Guzpeña), estas profesionales del llanto, se mesaban los cabellos e incluso se arañaban la cara con arrebatado sentimiento, auténtico o fingido, el caso era llorar. El alma aún confundida y la carcasa de su cadáver nunca eran abandonadas durante la noche como ahora  se hace en las impersonales salas del tanatorio. Moríamos en nuestras casas, incluso en el mismo lecho en el cual habíamos nacido. Se bebía y banqueteaba en honor de todos los difuntos. El luto ahora tan cuestionado se entendía por el que lo vestía (sobre todo las mujeres) como una demostración de dolor y por los demás como una señal de aviso y respeto al duelo que esas personas tenían por sus abuelos, padres, hermanos o parientes. En fin…, o tempora o mores.
Veamos como se enfrentan nuestros vecinos magrebíes al supremo momento de entregar los trastos. Narraré aquello de lo cual he sido testigo en multitud de agonías de varones y mujeres. Los usos con el cuerpo presente sólo los he podido observar cuando el difunto era un varón, describo la ceremonia con las mujeres de oídas, pues el varón nunca asiste al amortajamiento de las mujeres. Cuando la muerte es inminente y los signos y señales de la misma se hacen evidentes al moribundo se le da “el agua de la muerte”; con un hisopo de algodón se dejan caer tres o cuatro gotas de agua en su boca pronunciando al oído la Saada o profesión de fe musulmana: “La ilaha la ila la- ua asadu anna Muhamad rasul ula”: Doy fe que no hay más que un Dios y Muhamad es su profeta.
Se dice en el Magreb, que la muerte comienza por los dedos de los pies y recorre todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza y que el dolor de la muerte deja los ojos abiertos sin pestañear; cuando observan estos signos admiten comúnmente que la muerte ha hecho acto de presencia. Antes que llegue el rigor mortis, cierran los ojos y colocan los brazos pegados a lo largo del cuerpo. Se  cubre el cadáver con un lienzo blanco y así permanecerá en una habitación un tiempo hasta el embalsamamiento. Fuera, las mujeres inician el llanto, aunque últimamente los de la barba, los rigoristas musulmanes, tampoco están de acuerdo en que se llore al difunto. Es ésta una gentualla que intenta cambiar las tradiciones más acendradas del pueblo marroquí para sustituirlas por las normas tribales y la interpretación religiosa rigorista wahabi predominante en la península arábiga. Pero sigamos con nuestro relato, con el cadáver aún caliente, alguien de la familia sale al zoco inmediatamente para comprar rosas secas, arrayán y una tela blanca de cinco metros; a esto lo llaman: L´ahanut. Después se desnuda el cadáver, se deposita sobre una tarima de madera, con agua templada y jabón se procede al lavado del mismo por dos personas llamadas: G´esal. Acto seguido con el arrayán y rosas secas previamente machacadas y convertidas en polvo dentro de un almirez,  rellenan los espacios entre los dedos de los pies, axilas, cuello, ingles, manos y ano. Para las mujeres el ritual es el mismo, pero realizado por dos mujeres, a la difunta además se le separa el pelo con raya al medio y atan el cabello así separado  por debajo de la barbilla como si fuese un pañuelo. Concluido el tratamiento del cuerpo, es envuelto con  la tela dispuesta a tal fin que se  cierra con una especie de moñete por la cabeza y los pies; se abre unos momentos por la cabeza para que los parientes se acerquen y se despidan. No he dicho al principio pero lo digo ahora que los Talba, gente de la mezquita, rezan el Santo Alcoran desde el comienzo de la agonía y cuando el muerto sale a la mezquita camino del cementerio. Desde el momento de la muerte hasta el entierro suelen transcurrir sólo cuatro o cinco horas, si la muerte ha llegado por la noche, se espera a las primeras luces del día para el entierro. El cadáver es acompañado siempre al cementerio o Makbara por los hombres, las mujeres nunca van al Makbara. El cadáver es transportado en unas andas de madera, cubierto por una tela de color verde, si es de un varón se coloca detrás de los hombres, si es mujer va rodeada del cortejo fúnebre para impedir que Satanás (el maldito, siempre sujeto a Dios) se apodere de ella. Antes de salir el cadáver de una mujer hacia la mezquita, si aún es virgen se hace una procesión con ella por el patio de la casa mientras las mujeres emiten el característico ulular o esguerti. Ya en el cementerio se coloca el cadáver envuelto con el sudario en una estrecha fosa de tierra mirando al Este. Durante tres días no se enciende el fuego en la casa del difunto. Los vecinos y parientes traen todo lo necesario para el sustento de los que allí habitan. A los tres días se enciende el fuego y se prepara una gran cena para todos los parientes, vecinos y amigos que se acercaron en los días anteriores para dar el pésame. Esa  noche, de cuatro a siete Talba no cesan de recitar el Santo Alcoran, cantan las benditas Aleyas y comen entre rezo y rezo opíparamente, separados del resto de los concurrentes en una habitación dispuesta para ellos. En las ocasiones que he compartido el banquete fúnebre con los Talba, no salgo de mi asombro cuando contemplo su capacidad para comer y rezar casi al mismo tiempo, que Dios les conserve el apetito.
Así acaban los días del hombre en las tierras del Magreb al -Arabi. Que Dios guarde y acreciente sus costumbres y tradiciones y a nosotros nos conceda fuerza y entendimiento para enfrentar el fatídico día.

 Cementerio musulmán en el desierto

Cementerio musulmán urbano. (Foto www.fotosmte.s.n)

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