El monacato tiene su remoto origen en el Oriente por la iniciativa del gran San Antonio y otros padres del desierto, que de una vida de ermitaños aislados en las soledades de Siria, Palestina y Egipto, gracias a San Pacomio, dan el paso a la vida cenobítica o en comunidad. El monacato en Gallaecia: Norte de Portugal, Galicia étnica, territorios que más tarde constituirán el Reino de León, tiene un gran desarrollo desde el siglo VI hasta la entrada de los árabes en 711. En la Bética será la regla San Isidoro la que regirá la mayoría de los monasterios, una regla de inspiración agustiniana y casi benedictina alentadora de la vida cenobítica, es decir, vida religiosa en comunidad. Aquí en el Noroeste los monasterios serán gobernados por la regla de S. Fructuoso de Braga y la RegulaCommunis de autoría anónima. Ambas de gran arcaísmo orientalizante, preconizan una vida de ascetismo practicada por ermitaños aislados. Sin embargo tanto la Regla de S. Fructuoso como la Communis sabrán compaginar a la perfección la vida ascética y retirada con la realidad de su tiempo, un tiempo en el que núcleos familiares enteros solicitan ser admitidos a la vida monacal mediante un pacto por el cual se sometían a la autoridad del abad. Para comprender como eran los monasterios de aquellos remotos siglos, debemos olvidar la imagen del monasterio actual, con un claustro central y las celdas, refectorio, sala capitular, cocinas y graneros a su alrededor. Los monasterios del Noroeste Hispano en aquellos siglos, eran auténticos establecimientos agrícolas y ganaderos con una gran clausa o cierre que las protegía. En medio de la clausa se construía la domus domorum o iglesia el edificio más noble del monasterio; cercana a ella la domus maior, lugar donde comían, dormían y se reunían los monjes. Se levantaban otros edificios dedicados a establos, herrerías, hornos y hórreos, donde trabajaban los monjes y monjas en continuo contacto con Dios y con la vida. Las familias que por el pacto se entregaban a la jurisdicción del abad cedían la educación de sus hijos al monasterio, marido y mujer hacían vida separada como monje y monja. Se favorecía mucho el apartamiento de algún monje de virtud probada a la vida de anacoreta en lauras o conjunto de cuevas y otros espacios cercanos al monasterio. La gloria de los monjes de Gallaecia fue asumir el papel de agentes civilizadores, sobre todo fueron transmisores de la cultura clásica. Se puede decir que uno de los padres fundadores de la Montaña Oriental Leonesa o Cantabria leonesa fue el monje Sisnando de Liebana, que en 874 cruza la cordillera con otros monjes y siervos del monasterio de S. Martín de Turieno en Liébana. Bajan desde las alturas del San Glorio en grupos organizados, cargados de semillas, ovejas, vacas y herramientas para reedificar las iglesias destruidas hasta sus cimientos cuando la entrada de los árabes y para repoblar las aldeas antes abandonadas. El Alto Esla desde el castillo de Aguilar entre Sabero y Cistierna hasta las Salas fue repoblado y defendido durante la Alta Reconquista por estos monjes que organizaron el territorio, roturaron lo que la selva había invadido y favorecieron la fundación de otros muchos eremitorios y monasterios entre Pardomino y Peñacorada; reforzando en cierto modo la personalidad de cántabros fronterizos que tiene nuestra tierra.
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